viernes, 14 de mayo de 2021

Prólogos

Cuando el alcalde se retiró los correligionarios le prepararon un homenaje: banquete, placa, discursos, la rutina. El discurso, obligado, del secretario general del partido fue muy elogioso; tanto que produjo sarpullidos en los más susceptibles, o sea, en quienes se ofenden por las alabanzas al prójimo: a otro día un preboste de la facción disidente —siempre hay facción disidente— respiró por la herida: «Anoche te pasaste». El secretario general, armado de la lógica cazurra e implacable de los pueblos, le contestó: «Hombre, que era un homenaje: no le iba a llamar hijueputa». Con los prólogos pasa lo mismo: ningún prologuista llama hijueputa al prologado.

Salvo los prólogos hermenéuticos, que se afanan meticulosamente en la autopsia de un libro o se lo dan triturado a lectores que no pueden mascarlo —prólogos imprescindibles, pues, o al menos convenientes, escritos por especialistas encaramados al púlpito de la debida distancia científica—, o los prólogos donde el propio autor ofrece explicaciones pertinentes para la cabal comprensión del libro —y, en consecuencia, son parte del libro—, el resto de los prólogos suele quedar en trámite insoslayable y fastidioso como el discurso del secretario general: encomiásticos, hasta desmesuradamente encomiásticos, pero —luego, amigo lector, te enseño unos cuantos de por aquí cerca— protocolarios, desganados y a menudo escritos de mero compromiso y al tuntún. El lector, que está en el secreto, se los salta sin remordimiento o pasa por ellos a escape, preguntándose por qué determinados autores los piden y los aceptan complacidos. Quizá Cervantes hallara la explicación.

Gracias a Dios, hay excepciones. De vez en cuando el autor, que busca compañía, ánimo, protección, aval o acaso la seguridad de no estar cometiendo una imprudencia, encuentra todo eso; y el lector, una guía sabia y amable para moverse por el libro: miel sobre hojuelas. Obviamente, tal conjunción se presenta solo si el prologuista —pendiente del libro, no del autobombo— es lector perspicaz, atento y generoso y si el libro lo merece.

Ocurre con Entre tú y el mar, el poemario de Alfredo Jesús Sánchez Rodríguez que prologa Fernando José Carretero. El prólogo de Carretero es breve, contenido en los elogios, preciso e iluminador. Cumple la función de abrir de par en par la puerta al texto igual que le descubrimos a un amigo algo que nos gusta y que sabemos que le va a gustar: sin gestos excesivos, afectuosa, sencilla y llanamente. De modo que el lector, que por firmarlo quien lo firma sí ha leído el prólogo, entra al libro con el interés que merece y se mueve por él confirmando las apreciaciones del prologuista.

Entre ellas, y por quedarme en la forma —que, no hace falta repetirlo, en poesía es el fondo—, el versículo breve y ágil —«sin ser volandero»—, entreverado de endecasílabos «de impecable factura»; las metáforas «de un surrealismo matizado»; los símbolos «cargados de significación»; la sintaxis «límpida»; el léxico «diáfano», que no rehúye las «voces inusuales»… Juntos los mimbres por mano del autor, constituyen un «todo fluido», alejado de la «quejosa sensiblería pueril» y de «esa descolorida musa cogitabunda que transita con tediosa insistencia lugares ya vistos». Con esto está —y muy bien— dicho todo; yo no podría mejorarlo: no lo intentaré.

Entonces, ¿para qué el sermón? Para dejar constancia, por si a alguien le sirve, de algunas cosas. Que me ha parecido más sólida la primera parte —«Entre tú»—, que sí se ajusta a lo dicho por Carretero punto por punto, que la segunda —«Entre el mar»—, más convencional, mucho más apagada verbalmente y más forzada, como si algunos poemas, acaso descartados en otro momento o sitio, se hubieran recogido aquí por caridad. Que, frente a ciertas grandilocuencias vacías que hemos leído últimamente, el libro es de una modestia franciscana; es decir, grande en sus pequeñas virtudes: la compostura, la sobriedad, el recato, el respeto a la lengua… Que la edición de Lastura —nos tiene acostumbrados, afortunadamente— es impecable, cosa de agradecer en tiempos malhadados donde triunfa el desaliño. Que con Entre tú y el mar Sánchez, del que habíamos leído algún libro y al que hemos oído muchas veces, se ha hecho definitivamente un hueco entre los poetas de la tierra; no es poco, creo. Y que, a diferencia de otros libros de los que he hablado, este se encuentra fácilmente en cualquier librería.

Alfredo Jesús Sánchez Rodríguez. Entre tú y el mar. Lastura. Madrid. 2021. Doce euros.

2 comentarios:

  1. Estoy contigo, Pedro Torres, en que los prólogos deben ser incitadores, legibles y sin excesos. No es fácil. Este se ajusta espléndidamente a un libro que el autor deseaba ver entre sus manos porque atiende a dos amores, ella y el mar, a los que trata con cuido y con respeto. A los amores y al lenguaje.

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    1. Cómo no estar de acuerdo. Alfredo Jesús es un poeta que se pone al servicio de la poesía con toda humildad. Y de Fernando José Carretero poco hay que decir: su obra lo dice todo.

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