domingo, 18 de julio de 2021

Aliento

Alfonso González-Calero García —así, con los dos apellidos, firma los poemarios: por algo será— necesitó treinta años para publicar el primer libro de poemas —Ida y vuelta, hablamos de él aquí—; solo ha necesitado cuatro para el segundo: este Aliento que lleva acompañándonos un par de meses. Podríamos preguntarnos por qué: ¿porque últimamente, con la jubilación y esas cosas, escribe más?, ¿porque la pandemia u otros acontecimientos desgraciados lo hayan obligado al encierro? Quizá; sin embargo, veo probable que el ritmo de la escritura haya continuado más o menos idéntico —en Ida y vuelta había tantos poemas del año 1994 o del 2002 como en Aliento hay de 2018 o de 2019—, pero que la buena acogida del primero le haya soltado las alas o le haya aminorado el pudor de publicar. Me alegro, desde luego; y me planteo una obviedad que convendría repetir a menudo: no es lo mismo escribir que publicar; lo primero puede hacerlo quien quiera como le dé la gana; lo segundo debería suponer ciertas cautelas; puesto que se publica para hipotéticos lectores habría que tenerlos en cuenta y considerar la calidad: la calidad literaria —poética en este caso—, que no reside en la calidad de la materia prima —lo sublime o vulgar de los sentimientos, emociones o ideas del ciudadano que se pone a escribir le importa un comino al lector—, sino en la de la presentación. Que muchos sedicentes poetas lo ignoren es mera descortesía.

González-Calero García por su parte, hombre educado, conocedor y respetuoso del asunto que se trae entre manos, se habrá tentado la ropa antes de ofrecer este libro, sencillo y pulquérrimo, impecablemente editado por Mahalta —tras Aquí, ¿qué mejor manera de irse asentando?—, que responde perfectamente al título en varias de las acepciones de palabra tan feraz y polisémica: en Aliento está la respiración de cada instante —cosa del individuo, del poeta— y está el aire que permite respirar —cosa venida de afuera, imprescindible y gratuita—; está también la voluntad de sobreponerse a las adversidades, de continuar empeñado en la solidaridad; están el alma y el impulso creativo… Es decir, está la vida, interior y exterior, del poeta convertida en poemas bien pensados —los poemas no se sienten, que eso, si es algo, es materia prima en bruto; se piensan y proyectan como palpables objetos literarios—, bien escritos y de notable calidad.

¿Un diario poético, pues? No lo creo. Entre otras cosas porque ignoro qué es exactamente un «diario poético» —salvo que se trate de un truismo: que los poemas se escriben o rescriben un día determinado y que su tema, de una forma o de otra, es siempre el poeta— y porque, en caso de serlo, lo sería a la manera de los que no lo parecen. Si es verdad que la mayoría de los poemas están fechados, incluso que en algunos se precisa el momento del día —o de la noche: cuánta noche; cabría estudiar los valores de palabras que se repiten a menudo, noche, sombra, humo, nada, y que juntas remiten a Góngora, pero no animan al carpe diem: si acaso al ubi sunt? o a la incertidumbre del futuro—, y que la fecha y el lugar de la escritura acaso permitieran seguir la biografía del poeta —y agrupar los poemas por ciclos: el elemental de la pandemia, el de la enfermedad, el de las vacaciones—, da la impresión de que tales datos valen más para el propio autor —el primer lector, al fin y al cabo— que para el lector común, que se queda sin saber interpretar determinadas indicaciones enigmáticas.

Aun así, la datación, puesto que el poeta ha querido incluirla, no es prescindible: contribuye a entender cabalmente el poema. Algunas claves son de acceso inmediato a cualquier lector algo atento —por ejemplo: es imposible leer el primer poema, fechado el 24 de mayo de 2011, sin pensar en el cataclismo que ocurrió por aquí dos días antes—; otras, en cambio, se hallan al alcance solo de los más próximos al autor. De todas formas, marcar el hic et nunc de los poemas muestra por lo pronto la determinación de anclarse firmemente en el mundo y hermanarse con él —aunque haya ventanas, o rendijas, abiertas a lo trascendente, en el libro predomina lo inmanente—; muestra también que, para comprender y comprendernos en el fluir incontenible de la vida en el tiempo, es forzoso jalonarla.

Podría continuar escarbando en un libro tan rico, pero el estupendo prólogo de Federico Gallego Ripoll, más lúcido, me disculpa; por ahora basta invitar a leerlo: un placer intelectual de primer orden.

Alfonso González-Calero García. Aliento. Mahalta Poesía. Ciudad Real. 2021. Catorce euros.