viernes, 14 de octubre de 2022

Teresa de Ávila

Mañana se cumplen cuatrocientos cuarenta años del entierro de Teresa de Jesús en Alba de Tormes. Había muerto en el mismo pueblo el día anterior, 4 de octubre —no me he equivocado: en 1582 el día siguiente al 4 de octubre fue el 15 de octubre—, y la enterraron deprisa y corriendo para que no les arrebataran el cadáver. Se lo arrebataron, lo trocearon, lo repartieron por medio mundo.
Pero eso para mi propósito carece de importancia. Como carece de importancia que la santa esté de moda —el libro superventas de Cristina Morales, la novela de Sender reeditada, el affaire de Paco Becerra—; o que acaso haya sido la persona de mayor intimidad con Dios —signifiquen Dios e intimidad lo que signifiquen— a lo largo de la historia. A mí lo que me importa esta mañana, aparte su condición de escritora formidable —en la estela de san Agustín y dejando abierto el camino a no pocas escritoras recientes—, de mujer extraordinaria, es haber dado pie a algo que puede calificarse, sin mentir ni exagerar, como auténtico prodigio en estas tierras. Me refiero a La agonía de Teresa de Ávila, la plaquette de Fernando José Carretero ilustrada —un decir: es mucho— por Teo Serna que publicó Perico Simón hace unos meses: una hermosura.
Celebro el día de santa Teresa leyéndola. Leyéndola no, en realidad: sintiéndola y emocionándome. Se trata de un objeto precioso, de un artefacto —en el sentido etimológico del término: hecho con destreza— en cuya materialización han confluido tres personas de maestría bien acreditada: el poeta Carretero, el también poeta, pero aquí artista plástico, Serna y el impresor Simón. En estos tiempos de ediciones tan descuidadas que merecerían multa, el resultado es, repito, un milagro que ha de quedar obligatoriamente como hito.
Puesto que en el blog doy cuenta de lecturas, pasaré ahora por alto los trabajos de Serna y de Simón para centrarme en el poema de Carretero que da título a la plaquette. Son poco más de cien versos tipográficamente separados, casi exactamente por la mitad, en dos partes. En ellos Teresa, a punto de morir, se dirige a sor Ana de San Bartolomé, asistente, amiga, hija espiritual y continuadora de su obra. Momento dramático el de la agonía que precede a la muerte; en él quienes acompañan al moribundo guardan silencio; es lo que hace en el poema sor Ana de San Bartolomé, de modo que Teresa, Ana mediante, se dirige directamente al lector, y le habla, gracias al talento de Carretero, con una enorme eficacia comunicativa, en donde la tensión dramática, vestida de serenidad y cercanía efusiva, se traduce en genuina emoción poética.
¿Qué le dice la santa a sor Ana, qué le dice al lector? Sabemos que el poema tipográficamente está dividido en dos partes, pero, sin entrar en demasiadas precisiones, estructuralmente cada una se divide a su vez en otras dos: podemos contar, pues, cuatro partes. En la primera, una vez puestos en situación, Teresa muestra el muy humano y comprensible miedo a la muerte y escudriña el sentido de la vida. En la segunda repasa la suya propia en cuanto se refiere a su relación con los demás: la vida fatigosa de una mujer activa que tropieza a menudo con dificultades, pero que encuentra apoyo en los humildes. La tercera empieza con la misma invocación a sor Ana con que empezó la primera; es también un repaso a la propia vida, ahora desde dentro y ligada a las estaciones del año —una vida en un año: desde las «suavidades del otoño» hasta la «quietud emboscada de las noches de agosto», o sea, desde la siembra a la cosecha—. La cuarta es frenesí, éxtasis, consumación o aniquilación, la muerte o el reposo que halla la mariposa en la hoguera, imagen bellísima y simple con la se cierra el poema. Esta cuarta parte es formidable, tremenda, un torrente verbal sin signos de puntuación —ni punto final siquiera: claro— que maravilla y conmueve.
Pero todo el poema lo es verdaderamente: el verso largo, solemne, eufónico, culto, y, al tiempo, sobrio, grave, directo; la abundancia de imágenes y metáfora brillantes; los ecos de la escritura de la santa; la cercanía al lector a través de la amiga… Sabíamos que Carretero era poeta exquisito; por si hacía falta, lo confirmamos.
Gracias, pues, Fernando José, por el gozo inagotable de leer el poema, de sentirlo entre las manos.

Fernando José Carretero. La agonía de Teresa de Ávila. Imagen digital de Teo Serna. Diseño e impresión de Perico Simón. La Zúa. Cuenca. 2022.