jueves, 28 de enero de 2021

Piedras

Creo que lo tengo dicho: llega a casa el paquete de la BAM, busco la navaja —no teman: el embalaje es concienzudo y los ejemplares vienen retractilados—, lo abro, hojeo los libros, e indefectiblemente me acuerdo de Greta Thunberg: qué despilfarro, qué lástima de planeta. Y es que la BAM edita demasiado bien: tapas durísimas, papel satinado de mucho gramaje, deslumbrantes fotos en color, impecables maquetación e impresión, libros que pesan como un cantoral… y, adentro —sálvese el que pueda—, farfolla. Pese a que la diputación es opulenta y rumbosa, tal vez debería considerarlo: ¿por qué vestir todos los libros con igual traje?, ¿por qué no ponerle a cada cual el traje que merezca?, ¿por qué arruinarnos las estanterías?, ¿por qué esquilmar el planeta para nada? Quizá para darnos, por contraste, una alegría de cuando en cuando. Eso es, al menos, lo que ha traído la última remesa: la alegría enorme de Tratado de piedras, el último libro de Teo Serna.

Serna es un artista pulcro, meticuloso, aplicado, inquieto, audaz, de muy alta exigencia, que se desenvuelve estupendamente en numerosos campos —pero no, no diré que es «hombre del Renacimiento»: ya habrá quien lo haya dicho, y con razón—, aunque a mí lo que más me interesa de él es la poesía: Serna es gran poeta y Tratado de piedras, hasta hoy y a mi juicio, el culmen de su producción.

Los cincuenta y un poemas —o cincuenta y una coda, excelente, que es reflexión e inquietud punzante sobre la escritura poética— del libro responden al pie forzado del título. Podría ser un inconveniente, porque la necesidad de acomodar los poemas —y aun los impulsos poéticos antes de concretarse en poemas— al tratado, es decir, a una entidad temática y un molde científicos y rigurosos, acaso concluyera en reiteraciones y fórmulas previsibles. Sin embargo, Serna esquiva el riesgo: logra ofrecer al lector un repertorio unitario y coherente en el conjunto y, al tiempo, diverso y rico en las partes. Supongo que ello se debe, por un lado, a que piedras es plural y, por otro, a que las piedras del poema hablan con su propia voz.

Respecto a lo primero, de entrada, la palabra piedra arrastra connotaciones de peso, dureza, permanencia, imperturbabilidad; ahora, en cuanto se pone en plural —o sea, cuando el hiperónimo se abre en hipónimos abundantes—, acude a la mente un enjambre de variedades y matices en gran medida contradictorios de la contundencia que irreflexivamente le habíamos adjudicado a la piedra; por decirlo llano: todas las piedras son piedra, no la misma piedra. Para sus propósitos, el poeta escoge un amplio surtido de piedras diferentes y las va extendiendo ante el lector con el mimo de un joyero: cada una, parte del conjunto; cada una, sola y preciada. Sobra insistir en que de este despliegue cuidadoso nace un poemario cuyo alcance deriva de la suma de los poemas, y —milagro— supera al de la suma de los poemas.

Respecto a lo segundo, el poeta se sirve de las cualidades y valores que común y convencionalmente se suelen asignar a las distintas clases o formas de presentación de las piedras —varios de muy culta y antiquísima raigambre—, pero añade algo más importante y poéticamente más eficaz: hace que cada piedra —y, en consecuencia, el tono de cada poema— venga individualizada por el papel que juega en el proceso de comunicación. De modo que en unos poemas habla la piedra, en otros se habla de la piedra, en un tercer grupo se habla con la piedra e incluso en unos pocos la piedra no es sino un elemento —cardinal— de la situación en que se produce el acto comunicativo del poema. Y el tono de cada poema depende de ello.

Sin haberlo leído y sin conocer el talento de Serna, cabría pensar que, con tanto trajín, el libro resultase una algarabía de bar: guirigay de conversaciones superpuestas, mezcladas y mutuamente anuladas. No es así, afortunadamente; más bien se encuadra entre las piezas musicales: aunque no entre las fáciles y bonitas; al contrario: insólita y experimental como las de ars sonora que también Serna compone.

Y todo de un gusto exquisito. Por eso me choca la inclusión del glosario —si un glosario no dice más o mejor que la Wikipedia es triste limosna arrojada a lectores perezosos—, y la antiestética disposición de algunas capitulares, cosa en la que Serna no tendrá arte ni parte, desde luego. Pásenlo por alto, amigos lectores.

Teo Serna. Tratado de piedras. Biblioteca de Autores Manchegos. Ciudad Real. 2020. Ocho euros.