Siendo de pueblo chico, he profesado desde niño beata devoción por la ciudad y acatamiento dócil de sus preferencias, muy especialmente cuando
llegaban en letras de molde. Más a menudo de lo confesable he sentido también la incómoda y siempre acallada
sospecha de que el rey era un hombre como el resto y de que acaso lo que en los
suplementos culturales elogiaban liebre fuera gato sarnoso; pero de tan
desagradable reconcomio, amigos, les hablaré luego si se tercia. De
modo que era leer en un periódico de Madrid —y en el Lanza— las virtudes
tal libro o tal película y tragármelos con ansia aunque no hallara la maestría
por ningún lado y consiguientemente quedara certificada la propia insolvencia para apreciar excelsitudes que los de la capital veían de
continuo. Ahí sigo; me asomo a la vejez y no escarmiento: lo que viene en Babelia
o El Cultural es las tablas de la ley, dogma que creo a pie juntillas.
¿Redimirá esto penas del purgatorio?
El caso es que, en cuanto leí la reseña —insípida,
convencional y parafrástica, pero alabanciosa— de Túa Blesa en El Cultural
del 15 de marzo de 2021 —González-Calero la replicó en el boletín 470 el 27 de
marzo—, le encargué a Macondo el último libro de Manuel Juliá. Madre se
llama. Lo he leído de un tirón, y después he picoteado en él en ratos perdidos.
Tal vez porque aún recordaba vivamente «Un pañuelo mojado en saliva», el estupendo
artículo de Karmele Jaio en el Babelia del 2 de abril, no me ha
entusiasmado: será —yo, no el libro— por cateto. Trataré de resumir, no
obstante, de dónde nace la falta de entusiasmo.
Desde luego, Madre no es un libro malo a la manera de
tanto desdichado engendro semianalfabeto de Ciudad Real y provincia; al
contrario: se nota que el autor es hombre culto y de lecturas abundantes, bien
enterado de lo que se lleva. Y ahí surge el primer escollo: Madre es un
libro epigonal, es decir, recorre sendas que han transitado —y lo que te
rondaré, morena— innumerables escritores en los últimos años. Que sea epigonal
no significa necesariamente que carezca de sustancia: significa tan solo que ya
lo hemos leído, pesado lastre que pone al autor en el compromiso de medirse
con otros e intentar superarlos. Supera a pocos.
A ello se suma que, acaso inevitablemente por tratar de lo
que trata —casi todo el mundo tiene padre y madre, muchos los queremos o los
hemos querido, nos duele la pérdida, los recordamos, etcétera—, al libro lo
acecha el riesgo de resbalar en los tópicos. Resbala, y hasta cae, demasiadas
veces —el álbum de fotos, mirarse en el espejo y ver al padre, el colacao, el
arrepentimiento de no haber dicho esto o aquello, el abandono de la casa—
porque no hay vigor literario que lo sostenga.
La endeblez literaria quizá derive de que Madre se
nos aparece en álgara —en el pueblo la palabra es esdrújula, sí—, poco pensado
y madurado. El autor confiesa en el epílogo que lo escribió a tientas,
ignorando la estructura, el tono, el contenido: ¿que salía novela?, novela;
¿que salía poemario?, poemario. Algún malpensado se acordará del dicho popular:
si con barbas, san Antón; si no, la Purísima Concepción. Incluso un glorioso
san Sebastián al que conocimos cuando todavía era ciruelo y cuyos milagros, por
eso mismo, apenas nos conmueven.
Se acentúa la idea de precipitación —de atolondramiento en
ocasiones—, al tropezar a cada paso con lamentables descuidos ortográficos
—tildes, signos de puntuación, mayúsculas— y sintácticos, con expresiones muy percudidas
del lenguaje municipal o periodístico, con gazapos tan obvios como los
clavicordios de la página 30, o una afirmación inverosímil —aunque sea
verídica— en las páginas 62 y 63 o, en esta misma página, las declinaciones. Es
difícil que el lector, distraído por ruidos tan molestos, se mantenga atento. Culpa de la editorial, claro: publicado por una que fue de campanillas, Madre
sufre un estropicio que no sería capaz de empeorar ni siquiera el punto rojo
más zarrapastroso ni la autoedición más indigente. Lástima.
¿Todo es malo, pues? No; hay cosas buenas —ciertas estampas costumbristas, algún poema— y, con aplicación, podría haber llegado a libro digno. Pero hablamos del libro que hemos leído, no del que al autor le hubiera gustado escribir —y al lector leer— ni de sus sentimientos —comunes y corrientes, nobilísimos—; cabe preguntarse, entonces, si la madre alienta en Madre. Creo que no; en Madre hallamos anécdotas sabidas y cultura, o sea, retórica. Diga lo que diga Túa Blesa.
Manuel Juliá.
Madre. Hiperión. Madrid. 2021. Quince euros.
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