Aunque quizá se esté
vendiendo bien, creo que no se habla demasiado de un libro ejemplar —al menos
desde cuatro puntos de vista: el autor, el contenido, el proceso de redacción y
la propia aparición como libro— que se ha publicado recientemente: las Crónicas
de Almagro, de don Arcadio Calvo Gómez.
Cuando en los primeros
embates de la pandemia sucumbió al dichoso coronavirus, escribí: «Don Arcadio
Calvo Gómez era un hombre íntegro, educado, laborioso, de maneras exquisitas,
con un sentido del humor fino, inteligente y nada ácido, cuyo trato resultaba
un auténtico gusto. Desempeñó en Madrid honradamente la carrera laboral, y tuvo
la suerte —merecidísima— de que sus cualidades fueran reconocidas de modo
unánime. Pero estoy seguro de que todos esos rasgos y vicisitudes palidecían,
en la propia percepción, frente a otro que él consideraba el primero y esencial
de su identidad: la condición de almagreño. Don Arcadio Calvo fue un almagreño
plenamente consciente, que se sentía unido al pueblo no tanto en su concreta
materialización actual, sino sobre todo en cuanto entidad espiritual que
permanece en el tiempo y es depositaria de atributos muy valiosos, los cuales,
por alguna clase de prodigio, impregnan de manera natural a los que aquí nacen.
Acaso haya gentes modernas y prácticas a quienes esta concepción
esencialista de Almagro les pueda resultar anticuada y hasta desdeñable. A él,
en cambio, lo llevó a la historia».
Efectivamente, conocemos
a ciudadanos —en Almagro abundan— con una concepción reaccionaria de la
historia que se asienta en dos pilares tan sólidos como falaces —quién sabe si
ponzoñosos—: el «glorioso pasado» a partir del cual solo ha habido —y habrá—
decadencia, y el orgullo satisfecho de pertenecer a aquella estirpe mítica
forjadora del «glorioso pasado» —sin reconocer nunca, claro está, la obvia
imposibilidad de ponerse a su mitificada altura—. La obra de don Arcadio eludió
tales riesgos a base de honradez intelectual. Él, que no era historiador ni de
formación ni de profesión, se tomó la historia muy en serio, con absoluto
rigor, y prestó atención únicamente a la realidad de los hechos según la huella
que han dejado en los documentos. «Se convirtió, pues, en paciente y minucioso
explorador de archivos, y vio compensada la aplicación con hallazgos
fundamentales para el mejor conocimiento del pasado —en consecuencia, del
presente— del pueblo y sus habitantes». El ayuntamiento, durante la alcaldía de
Luis Maldonado, supo apreciarlo y lo nombró cronista oficial, cargo meramente
honorífico que él se tomó como una responsabilidad cívica —cabría escribir
patriótica si la patria no estuviera tan zarandeada— y que desempeñó con
innegable pulcritud.
Don Arcadio fue dando
a la luz los hallazgos de manera dispersa en revistas no especializadas y
últimamente en la página web del ayuntamiento. Solo una vez publicó, muy
dignamente, en una revista científica. Es decir, quizá nunca se
planteara escribir un libro ni siquiera publicar en forma de libro la
compilación de sus trabajos. Estamos, en consecuencia, ante un libro que nunca
quiso serlo.
Que podamos tenerlo
entre las manos se debe al tesón de Javier Alcaide y de Eustaquio Jiménez,
amigos que han querido rendirle el mejor de los homenajes. Ellos han rastreado
meticulosos las revistas en que don Arcadio escribió, han rescatado los
artículos, han corregido las erratas, los han agrupado por temas y nos los
ofrecen en un volumen manejable que lo mismo puede leerse seguido que
utilizarse como libro de consulta. La edición, costeada por el ayuntamiento y
la diputación, se vende a precio moderado.
Don Arcadio Calvo era
hombre modesto, pero no ignoraba la importancia y el valor de
su trabajo, cada vez más depurado a medida que iba mejorando la pericia
investigadora e historiográfica. Por eso estoy convencido de que le hubiera
satisfecho verlo en las librerías. A la familia —especialmente a la viuda, que
tanto lo apoyó— también le habrá complacido, y a quienes lo apreciábamos, y a
los almagreños sensibles, y a cuantos en cualquier parte tengan un mínimo
interés por la historia.
No estaría mal que
alguien tomara el relevo y se empleara con el mismo entusiasmo y dedicación en iluminarnos el pasado. Tampoco estaría mal que alguien —¿el mismo?, ¿otro?, ¿un equipo bien
coordinado?— se embarcara en la tarea de redactar un manual dirigido al público
culto no especialista, que contara lo que sabemos y lo que no sabemos de
la historia del Almagro, la pusiera en relación con los contextos, derribara
mitos y no se fijara solo en lo ilustre y glorioso.
Celebremos
las Crónicas de Almagro y felicitemos a quienes lo han hecho posible.
Arcadio Calvo Gómez. Crónicas de Almagro. Recopilación y edición, Eustaquio Jiménez Puga y Javier Alcaide Azcona; portada e ilustraciones, Manuel Vargas Sanroma. Ayuntamiento de Almagro y Diputación Provincial de Ciudad Real. Almagro. 2020. Veinte euros.
Perdón porque los ajetreos de estos días me han distraido de un entrada tan justa como bien trazada. Esa labor honesta y callada de los enamorados de su tierra ha visto esta vez su mejor recompensa. Verse apreciada y salvada para el futuro. La tendremos. Y mi enhorabuena a Eustaqio y Javier. Lo que tengo de Almagro habla siempre de blasones llorados.
ResponderEliminarMe alegro de que lo aprecies. Seguramente Arcadio también lloraría por los "blasones llorados", pero no se le notaba porque estaba atento a los hechos. Ojalá esto sirva para estimular a una historia de Almagro como la que hicisteis en Piedrabuena.
EliminarImpagable el trabajo que hizo Arcadio por Almagro. Admirable hacer que perdure en cualquier soporte.
ResponderEliminarRespecto a esto: "la pusiera en relación con los contextos, derribara mitos y no se fijara solo en lo ilustre y glorioso"; difícil tarea al alcance de pocos. Tendrán que arriesgar.
Estamos de acuerdo. En cuanto a lo que entrecomilla usted, será difícil, sí, pero no imposible: bastaría un buen equipo bien coordinado Mimbres hay en Almagro, ahora bien: ¿quién hace el cesto?
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