lunes, 14 de junio de 2021

La obra de don Arcadio Calvo

Aunque quizá se esté vendiendo bien, creo que no se habla demasiado de un libro ejemplar —al menos desde cuatro puntos de vista: el autor, el contenido, el proceso de redacción y la propia aparición como libro— que se ha publicado recientemente: las Crónicas de Almagro, de don Arcadio Calvo Gómez.

Cuando en los primeros embates de la pandemia sucumbió al dichoso coronavirus, escribí: «Don Arcadio Calvo Gómez era un hombre íntegro, educado, laborioso, de maneras exquisitas, con un sentido del humor fino, inteligente y nada ácido, cuyo trato resultaba un auténtico gusto. Desempeñó en Madrid honradamente la carrera laboral, y tuvo la suerte —merecidísima— de que sus cualidades fueran reconocidas de modo unánime. Pero estoy seguro de que todos esos rasgos y vicisitudes palidecían, en la propia percepción, frente a otro que él consideraba el primero y esencial de su identidad: la condición de almagreño. Don Arcadio Calvo fue un almagreño plenamente consciente, que se sentía unido al pueblo no tanto en su concreta materialización actual, sino sobre todo en cuanto entidad espiritual que permanece en el tiempo y es depositaria de atributos muy valiosos, los cuales, por alguna clase de prodigio, impregnan de manera natural a los que aquí nacen. Acaso haya gentes modernas y prácticas a quienes esta concepción esencialista de Almagro les pueda resultar anticuada y hasta desdeñable. A él, en cambio, lo llevó a la historia».

Efectivamente, conocemos a ciudadanos —en Almagro abundan— con una concepción reaccionaria de la historia que se asienta en dos pilares tan sólidos como falaces —quién sabe si ponzoñosos—: el «glorioso pasado» a partir del cual solo ha habido —y habrá— decadencia, y el orgullo satisfecho de pertenecer a aquella estirpe mítica forjadora del «glorioso pasado» —sin reconocer nunca, claro está, la obvia imposibilidad de ponerse a su mitificada altura—. La obra de don Arcadio eludió tales riesgos a base de honradez intelectual. Él, que no era historiador ni de formación ni de profesión, se tomó la historia muy en serio, con absoluto rigor, y prestó atención únicamente a la realidad de los hechos según la huella que han dejado en los documentos. «Se convirtió, pues, en paciente y minucioso explorador de archivos, y vio compensada la aplicación con hallazgos fundamentales para el mejor conocimiento del pasado —en consecuencia, del presente— del pueblo y sus habitantes». El ayuntamiento, durante la alcaldía de Luis Maldonado, supo apreciarlo y lo nombró cronista oficial, cargo meramente honorífico que él se tomó como una responsabilidad cívica —cabría escribir patriótica si la patria no estuviera tan zarandeada— y que desempeñó con innegable pulcritud.

Don Arcadio fue dando a la luz los hallazgos de manera dispersa en revistas no especializadas y últimamente en la página web del ayuntamiento. Solo una vez publicó, muy dignamente, en una revista científica. Es decir, quizá nunca se planteara escribir un libro ni siquiera publicar en forma de libro la compilación de sus trabajos. Estamos, en consecuencia, ante un libro que nunca quiso serlo.

Que podamos tenerlo entre las manos se debe al tesón de Javier Alcaide y de Eustaquio Jiménez, amigos que han querido rendirle el mejor de los homenajes. Ellos han rastreado meticulosos las revistas en que don Arcadio escribió, han rescatado los artículos, han corregido las erratas, los han agrupado por temas y nos los ofrecen en un volumen manejable que lo mismo puede leerse seguido que utilizarse como libro de consulta. La edición, costeada por el ayuntamiento y la diputación, se vende a precio moderado.

Don Arcadio Calvo era hombre modesto, pero no ignoraba la importancia y el valor de su trabajo, cada vez más depurado a medida que iba mejorando la pericia investigadora e historiográfica. Por eso estoy convencido de que le hubiera satisfecho verlo en las librerías. A la familia —especialmente a la viuda, que tanto lo apoyó— también le habrá complacido, y a quienes lo apreciábamos, y a los almagreños sensibles, y a cuantos en cualquier parte tengan un mínimo interés por la historia.

No estaría mal que alguien tomara el relevo y se empleara con el mismo entusiasmo y dedicación en iluminarnos el pasado. Tampoco estaría mal que alguien —¿el mismo?, ¿otro?, ¿un equipo bien coordinado?— se embarcara en la tarea de redactar un manual dirigido al público culto no especialista, que contara lo que sabemos y lo que no sabemos de la historia del Almagro, la pusiera en relación con los contextos, derribara mitos y no se fijara solo en lo ilustre y glorioso.

Celebremos las Crónicas de Almagro y felicitemos a quienes lo han hecho posible.

Arcadio Calvo Gómez. Crónicas de Almagro. Recopilación y edición, Eustaquio Jiménez Puga y Javier Alcaide Azcona; portada e ilustraciones, Manuel Vargas Sanroma. Ayuntamiento de Almagro y Diputación Provincial de Ciudad Real. Almagro. 2020. Veinte euros.

4 comentarios:

  1. Perdón porque los ajetreos de estos días me han distraido de un entrada tan justa como bien trazada. Esa labor honesta y callada de los enamorados de su tierra ha visto esta vez su mejor recompensa. Verse apreciada y salvada para el futuro. La tendremos. Y mi enhorabuena a Eustaqio y Javier. Lo que tengo de Almagro habla siempre de blasones llorados.

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    1. Me alegro de que lo aprecies. Seguramente Arcadio también lloraría por los "blasones llorados", pero no se le notaba porque estaba atento a los hechos. Ojalá esto sirva para estimular a una historia de Almagro como la que hicisteis en Piedrabuena.

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  2. Impagable el trabajo que hizo Arcadio por Almagro. Admirable hacer que perdure en cualquier soporte.

    Respecto a esto: "la pusiera en relación con los contextos, derribara mitos y no se fijara solo en lo ilustre y glorioso"; difícil tarea al alcance de pocos. Tendrán que arriesgar.


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    1. Estamos de acuerdo. En cuanto a lo que entrecomilla usted, será difícil, sí, pero no imposible: bastaría un buen equipo bien coordinado Mimbres hay en Almagro, ahora bien: ¿quién hace el cesto?

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