Se sabe: el objetivo elemental y explícito de los relatos
que los seres humanos vienen contándose desde hace miles de años —primero de
forma oral, luego también por escrito y hoy sobre todo mediante imágenes que
emanan de pantallas— es entretener. Pero muchos, consciente o no el autor, lo sobrepasan:
dan informaciones sobre diversos ámbitos de la vida, transmiten ideas y
valores, previenen de peligros, incitan a obrar de cierta manera, instruyen y
educan en definitiva. Ahí está el Quijote, por ejemplo, al que se le han
hecho decir infinitas cosas, razonables o extravagantes. Ahora bien, estoy
convencido de que, al menos en el oyente, lector o espectador común, la
eficacia instructiva y educadora del relato será mayor cuanto más entretenido:
el Quijote es de nuevo un buen ejemplo.
¿Por qué empiezo descubriendo el Mediterráneo? Porque la novela que leo es entretenida pero no se queda en el mero entretenimiento, y porque —se ve ya en el título— encuentra en el Quijote una de sus principales referencias. Me atrevería a afirmar, si la palabra no estuviera tan percudida, que la novela de Ana Girón es apasionante: por el argumento, por los personajes, por la técnica y por la entidad de la escritura misma.
El argumento es un mosaico de historias de la Guerra y la Posguerra que terminan confluyendo en un sórdido asunto de plena actualidad informativa concretado a modo de compendio y paradigma —acaso por motor de toda ella— en el tramo final de la novela. Integran cada historia peripecias diversas, algunas violentas, otras enternecedoras, no pocas triviales, bien ensambladas —sin que a la autora le sobren ni le falten piezas— y dosificadas con destreza para producir expectación e intriga: desde la primera página mantienen el interés del lector.
¿Por qué empiezo descubriendo el Mediterráneo? Porque la novela que leo es entretenida pero no se queda en el mero entretenimiento, y porque —se ve ya en el título— encuentra en el Quijote una de sus principales referencias. Me atrevería a afirmar, si la palabra no estuviera tan percudida, que la novela de Ana Girón es apasionante: por el argumento, por los personajes, por la técnica y por la entidad de la escritura misma.
El argumento es un mosaico de historias de la Guerra y la Posguerra que terminan confluyendo en un sórdido asunto de plena actualidad informativa concretado a modo de compendio y paradigma —acaso por motor de toda ella— en el tramo final de la novela. Integran cada historia peripecias diversas, algunas violentas, otras enternecedoras, no pocas triviales, bien ensambladas —sin que a la autora le sobren ni le falten piezas— y dosificadas con destreza para producir expectación e intriga: desde la primera página mantienen el interés del lector.
Los personajes, atractivos, bien dibujados, con personalidades
y caracteres definidos y distintos, comparten un rasgo: la ambivalencia moral,
que no siempre es depravación o cinismo, sino simple, y humanísima, adaptabilidad.
No hay buenos ni malos; en mayor o menor grado, todos actúan en ocasiones
rectamente y en ocasiones son capaces de la perfidia absoluta o de la cruda hipocresía.
El lector no se lo reprocha, tal vez porque de alguna forma se reconoce en
ellos: al fin y al cabo, no hay por el mundo tantas personas de una pieza,
menos aún si han sobrevivido a las atrocidades de la guerra y a las
indignidades que suelen seguirla.
La técnica novelística es primorosa y —la autora no alardea—
discreta. Los dos tiempos en que sucede la novela —la Guerra y la Posguerra suavizada
de los años cincuenta— se alternan en los sucesivos capítulos, de modo que el
lector, además de ver a los personajes en dos momentos diferentes de su existencia,
ve también con suma nitidez y perfecta naturalidad el sucederse de
causas y efectos que explican la forja de sus personalidades, la naturaleza de
sus comportamientos y el atarse y desatarse de la trama.
Y la novela está muy bien escrita. Quiero decir que, aunque
no sea una «novela del lenguaje», el lenguaje se cuida, se adapta a lo que
requieren los personajes y la trama, resulta atractivo y, a efectos de la
comunicación, muy eficiente. Brilla mucho la calidad de la escritura —del
estilo— en los paisajes escabrosos: las acciones y emociones aparecen vivamente
retratados, pero el lector no encuentra allí morbo ni regodeo ni excesos de
ninguna clase.
En resumen: una historia bien contada y entretenida, una
excelente novela. Pero, como recordaba arriba y ocurre en todas las buenas
novelas, hay más: el clima de la Guerra y la Posguerra, una mirada
escéptica sobre los seres humanos y, por encima, un mensaje de aliento y
perseverancia, nada ingenuo, para habitar aquí con cierta dignidad.
Duelos y quebrantos es la primera novela de Ana Girón;
sus cualidades provendrán, seguramente, del talento natural, de las lecturas,
que se revelan abundantes y atentas, y de la condición profesional de
psicóloga. Sin duda, tales ingredientes, cuidados con esmero, harán que su prometedora carrera literaria nos dé en el futuro otras alegrías.
Y para los almagreños la novela tiene un atractivo añadido:
buena parte de ella se desarrolla en Almagro. Un Almagro «novelizado», no real;
en cualquier caso con elementos y detalles —algunos extraordinariamente
precisos— para hacerlo verosímil, que es lo único que se precisa en este tipo
de novelas. Los almagreños deben agradecérselo, porque, habiendo podido situar
la acción en cualquier sitio, Girón, andaluza, eligió Almagro, y eso es
una señal obvia de amor.
¿Cómo podrían agradecérselo? Comprando y leyendo la novela.
En Macondo la venden (y en Amazon).
Ana Girón. Duelos
y quebrantos. Amazon. Wroclaw. 2022. Veinte euros.
Seguro que Mahalta no le hubiera importado. Y estaría en Macondo. Buena lectura.
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