martes, 13 de septiembre de 2022

'Bocalinda': un año del lío

Bocalinda es una buena novela, bien pensada, bien compuesta y bien escrita, que debió de llegar a manos del editor en forma de borrador avanzado. El editor quizá la consideró versión definitiva y la publicó desaliñadamente pensando que nadie repararía en ello. Hoy hace un año enumeré aquí bastantes gazapos; enseguida el editor y la claque, sin negarlos, saltaron tal que granizo en albarda contra el atrevimiento como si les hubieran mentado a la madre. En ediciones sucesivas han corregido algunos de los traspiés —no porque yo los señalara, sino porque eran evidentes—, pero no han tocado otros muchos, de los cuales me atrevo a decir dos, marcadores inmediatos de las ediciones catetas: vocativos desamparados de comas y palabras partidas al tuntún a final de renglón. Qué se le va a hacer.
Sin embargo, aquella reacción virulenta me ha dado qué pensar acerca de este blog, mero entretenimiento de un jubilado ocioso que no sabe jugar al dominó. Tal vez convenga precisar algunas cosas:
Bots aparte, ven cada entrada alrededor de doscientas personas; el blog alcanza, pues, divulgación muy limitada. Pero quiero creer —de varios lo sé fehacientemente— que los doscientos visitantes asiduos, sobre generosos, son inteligentes, cultos, buenos lectores y de agudo espíritu crítico. Lo primero —que haya escaso público— permite libertades; lo segundo —el público selecto— obliga a evitar las tonterías. Con la espuela de la libertad y el bocado del respeto a los lectores gobierno este jamelgo.
Teniendo en cuenta que el blog trata de libros «de por aquí» y que el mundo de los libros en general está lleno de gentes pagadas de sí mismas y susceptibles, acaso debiera proponerme no pisar demasiados callos. No lo haré; a los habitantes del «mundo del libro», en principio —en principio— no les debo nada; les he comprado el producto, lo he leído a conciencia —bien o mal es otro asunto— y con buena disposición: en paz estamos.
Cuando digo que leo con buena disposición quiero decir también que no soy masoquista ni a estas alturas de la vida estoy para perder el tiempo: espero que los libros resulten placenteros y provechosos, y me satisface hallar un buen libro y hablar bien de él. Pero, obviamente, no me chupo el dedo ni deseo parecer más tonto de lo que soy alabando libros que no lo merecen: espíritu crítico y defensa de los derechos del consumidor.
El espíritu crítico expresado verbalmente se convierte en crítica. En numerosos órdenes de la vida la crítica está institucionalizada y es profesional. En el de los libros, lo mismo; se trata de una crítica docta que ejercen rigurosamente personas de gran formación y se encamina tanto a enjuiciar como a orientar al lector común. Desgraciadamente, crítica tan encopetada apenas repara en los libros «de por aquí». Por contra se ejercen hoy profusamente, sobre todo en el universo digital, otros tipos de crítica más o menos limpios: la crítica propagandística de editoriales y autores; la crítica mafiosa que vende alabanzas y chantajea con censuras; la crítica olímpica de quien se cree muy por encima del libro; la crítica banal que aplaude cualquier cosa; la crítica usurera que presta elogios para cobrarlos luego, etcétera y etcétera. Ninguna de ellas practico: la primera porque me sobrepasa, el resto porque las prohíbe mi religión. Lo que yo intento es, gozosa, desinteresada y limpiamente, dar cuenta lo mejor que sé de lecturas que me han gustado e invitar al prójimo a que se sume a la fiesta, sin ocultarle los peros, siempre chicos, que se cuelen de polizones.
Por último, y lo siento, no logro evitar en ocasiones otra crítica, ingrata pero a mi entender  saludable: la crítica derogatoria, pugnaz y vandálica —eso he dicho— que nace de una decepción —nunca del afán justiciero— y que será tanto más áspera cuanto más grande la decepción. A lo mejor no está bien vista en estas tierras; sin embargo, creo, es precisa, útil y legítima: la ejerceríamos en un restaurante, en un concierto, en el fútbol: ¿por qué no en el libro?
Huelga decir que la crítica derogatoria —todas— debe apoyarse en hechos y que los hechos han de ser contundentes, irrefutables por sí solos. Tampoco es preciso decir que se puede —se debe— discrepar de mi valoración de los hechos, y hasta justificarlos, pero, si son ciertos —lo son, lo son—, está feo eludirlos mediante juicios de intenciones.
Y ahí seguiremos, si Dios nos da salud, porque no sabemos jugar al dominó.

4 comentarios:

  1. Sí, recuerdo el hecho y no el instante, pero si dices que ha pasado un año, tú sabrás.
    Buena tu reflexión sobre la crítica, buena tu defensa de tu libertad, faltaría más. Y buena tu aceptación de que las críticas pueden excitar y convertir las respuestas en cuestiones personales. Conocidos los límites del campo de juego, sabiendo que la liga es provincial (gracias a Dios), se agradece tu declaración de intenciones y la voluntad de seguir dándole a la pelota.
    Item mas: En cuanto a la audiencia, no te quejes.

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    1. Muchas gracias. Vaya si me acuerdo del asunto: no se me olvidará pronto, sobre todo porque creo que me tomaron demasiado en serio. En cuanto a la liga, es provincial en muchos casos; en otros, vais subiendo rápidamente, y bien que me alegro. De la audiencia no me quejo: ni quiero más ni la podría tener mejor.

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  2. Su crítica es espléndida, Pedro: limpia, ecuánime, lúcida y, sobre todo, muy bien escrita. Es un placer saber de los libros "de por ahí" gracias a sus reseñas, aunque, a veces, estas sean literariamente superiores a los volúmenes reseñados. Hay pocos lectores que sepan hablar de lo leído con la clarividencia que usted demuestra y un castellano tan elegante. No haga caso de los berrinches de los mediocres, y menos aún de los mediocres locales. Siga adelante. Agradezco al dominó que pueda hacerlo.

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    1. Muchísimas gracias. Comentarios así ayudan (no sabe cuánto) a seguir. Y ya no aprenderé a jugar al dominó: tengo con qué entretenerme.

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