Todos los lectores que conozco están llenos de prejuicios y
manías: escogen o descartan los libros que van a leer por razones ajenas al
libro mismo. A mí también me pasa —a medida que me hago viejo, cada vez más—,
pero no es el momento de hacer aquí la lista completa de los extravagantes criterios
que determinan mi biografía lectora. Valga como simple ejemplo que, en
circunstancias normales, yo nunca hubiera leído este libro: por la portada,
entre ingenua y kitsch, y por el título, más ingenuo aún.
No obstante, poco después de la presentación en la
biblioteca de Almagro le pregunté por él a Francisco Romero, el editor. Me contestó:
«Es un libro honrado». Sin saber con entera precisión lo que quería decir, se
lo compré. Lo he leído estos días y no me queda otro remedio que darle la
razón: es un libro honrado.
En la literatura actual abundan sobremanera los
libros tramposos: libros cuyos autores, en lugar de estar atentos al libro
mientras lo escriben, están pendientes de cualquier truco extraliterario que
les pueda dar notoriedad. A estos autores, irrespetuosos con el libro y con los
potenciales lectores, les acaban saliendo libros malos, claro; sin embargo, a
veces, sorprendentemente, sí alcanzan la notoriedad. En el mundo de la poesía,
que ahora disfruta de difusión muy notable, los libros tramposos
abundan, quizá porque al parecer apenas exige esfuerzo
y porque cualquier indocumentado sensible se cree capaz de ganar el
Premio Espasa —ojo: algunos lo ganan—. A muchos no deja de espantarnos la
notoriedad lograda por ciertos libros y autores mediante procedimientos similares al timo de la estampita —y al llamado Esquema Ponzi; luego
lo explicamos—, salvo que echemos mano de la acreditada propensión humana a
dejarse engañar.
Este libro no engaña. Contiene poemas mejorables, bastantes poemas
malos y unos cuantos poemas muy malos: bien por ignorar que la poesía debe
pasarse siempre por cedazo sutil y no por criba de garbanzos, bien porque nadie
le ha hecho ver que no se puede publicar todo lo que se escribe, que eso va
siempre en perjuicio del autor. Sin embargo, cabe también interpretar la falta
de autocrítica como rasgo de humildad genuina, de inocencia, de candorosa humildad. El libro, en efecto, es
cándido, humilde, llano; toca los asuntos esenciales de la vida —el dolor por
la muerte de una persona muy querida, la nostalgia de la infancia, el amor y
sus achaques, los hijos, la complacencia, la maravilla o la estupefacción ante
los fenómenos de la naturaleza, los mínimos y dulces placeres cotidianos, la
desazón ante determinados comportamientos— y lo hace con un lenguaje natural,
sencillo en la sintaxis y nada rebuscado en el léxico —aunque ocasionalmente incurra en
la lengua de palo de la televisión o de la psicología de revista femenina—,
que discurre con la familiaridad de las conversaciones entre amigos y que no
pretende causar admiración en el lector sino dejar constancia de un limpio y
emocionado existir. Se adivina, además, un buen bagaje de lecturas
—quizá no en todas las ocasiones bien seleccionadas— que le permiten a la
autora esquivar los riesgos más obvios y peligrosos de este tipo de poesía tan
pegada a lo biográfico.
Por todo ello, el libro se sostiene con dignidad y sin
alardes y lleva al lector, a poco que olvide los recelos iniciales y abandone los
impulsos hipercríticos, a un territorio acogedor y afín en el que no se siente
incómodo. Ahí radica precisamente su mayor mérito; por eso lleva razón el
editor cuando lo califica de honrado: una honradez inconsciente de sí misma a
la que le repugna instintivamente cualquier forma de hipocresía, de adorno, de
exhibicionismo, de engolamiento o de artificio. Poesía popular en el sentido más genuino
del término.
Lógicamente yo no soy nadie para dar consejos; sin embargo,
creo que Téllez debería seguir escribiendo sin perder ninguna de las virtudes
que ya tiene y procurando corregir las taras que en este libro han lastrado su
escritura. Un camino adecuado para ello es leer mucho, corregir mucho,
rescribir a menudo y tirar a la papelera cuanto sea peso muerto y no ala.
La edición, quitando algún despiste de concordancia (págs.
15 y 44), alguna ultracorrección (pág. 21), alguna ausencia o sobra de tildes y
comas (págs. 66, 82, 85, 100) y un exceso de puntos suspensivos, es buena.
Lástima que en la página 84 se haya colado una falta de ortografía garrafal; no
por la falta en sí, sino porque le da al poema un significado desconcertante. Cuestiones,
en todo caso, menores viendo lo que suele verse en libros de este tipo.
Concepción Téllez
Robledo. Sentimientos: Huellas de una vida. Libros del Villar. Almagro.
2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario