miércoles, 20 de abril de 2022

Leyendo a Martínez Carrión

    Francisco Martínez Carrión es periodista de larga trayectoria e inquieto agitador cultural; es también un hombre de notable curiosidad intelectual y un enamorado de su pueblo. La combinación de tales rasgos ha cristalizado casi necesariamente en este libro.
    Como buen periodista, Martínez Carrión sabe elegir certeramente de entre los innumerables acontecimientos que se producen en el mundo aquellos que interesarán al lector; y, una vez elegidos, es capaz de presentárselos de manera atractiva, eludiendo las tentaciones demagógicas, chabacanas o pueriles en que incurren tantos periodistas de hoy. Como hombre curioso y enamorado de su pueblo, ha buceado en su historia y ha leído cuanto se ha publicado sobre ella, ya en artículos académicos, en libros, o en gacetillas insignificantes. Y como agitador cultural, ha querido recopilar y poner a disposición de sus .paisanos, con herramientas de buen periodista y estilo de buen escritor, una parte de lo que le ha ido pareciendo relevante. Primero lo hizo en la prensa y en las redes sociales y ahora lo hace en forma de libro bajo los auspicios del ayuntamiento.
    El libro es una miscelánea de hechos, personajes, anécdotas o reflexiones, agrupados por afinidad temática, que puede leerse de corrido o a salto de mata y, desde luego, siempre con interés, placer y aprovechamiento: está escrito pulcramente, resulta ameno, los capítulos son breves, las ilustraciones pertinentes y viene mondo de engolamiento. Un libro estupendo, pues, en el que encuentro muy pocas taras y de escasa entidad. La única que cabría señalar es, si acaso, que el autor no cite las fuentes de lo que cuenta, sobre todo cuando lo que cuenta es controvertido: sé que no estamos ante un trabajo científico, pero no sobraría.
    Es así mismo un libro que da que pensar —los libros buenos dan que pensar—: a mí, sobre la historiografía local en general y sobre la de Almagro en particular.
    Cuando, hace ya años, acudía al Montiel Medieval, un evento que se ha consolidado y goza de excelente salud, me chocaba la profusión de elegantes damas y caballeros, y la ausencia de pastores, gañanes, criados, mendigos… Así, por desgracia, suele ser la historiografía local: muestra un glorioso pasado en donde reinaba la armonía y en donde las únicas desgracias eran fruto de inevitables desastres sobrehumanos, pérfidas vilezas o del orden natural de las cosas; por supuesto, apenas había pobres —o eran generosamente socorridos por los ricos—, tampoco mujeres, malhechores ni nada que oscureciera el brillo de la gloria. O sea, la historiografía local suele reparar solo en la cúspide lustrosa de la pirámide: allí lucen, en alegre comandita, los poderosos, los opulentos y quienes legitiman el poder y la opulencia. ¿Porque los de arriba han dejado mayor huella documental o por ideología del historiógrafo? Por las dos cosas: la primera confesable, la segunda implícita, y hasta ignorada, muchas veces. De ahí que la historiografía local casi nunca descontente a nadie: corrobora la ideología dominante.
    Del libro de Martínez Carrión —porque lo tengo entre las manos— extraigo dos ejemplos mínimos. Uno: hagan la lista de apellidos que aparecen; bien pocos sobreviven hoy en Almagro. ¿Qué significa? Sin descartar otras posibilidades, entre ellas el fornicio extraconyugal, que los almagreños ilustres del pasado poco o nada tienen que ver con los almagreños actuales; es decir, la historiografía local ordinaria —hay excepciones: escasas— será historia de Almagro, de acuerdo, pero no de los almagreños: es lógico que a estos apenas les interese. Y dos: hablando de la construcción de San Agustín se nos dice que «jesuitas y agustinos se disputaron con evidente avaricia la herencia del rico indiano» Melchor de Figueroa. ¿Cómo se hizo rico don Melchor en el Perú? ¿Le tocó la lotería? No: obviamente, las riquezas salieron del lomo de los indios. Y, generalizando, con el sudor de los pobres almagreños se levantaron los palacios, iglesias y conventos que hoy constituyen nuestro rico patrimonio. ¿No andará ahí, por decir algo, la causa del desapego hacia el convento de las calatravas, siendo como fue la orden de Calatrava la mayor máquina exprimidora de almagreños que ha existido jamás? Quién sabe.
    Naturalmente, no estoy poniéndole pegas al libro de Martínez Carrión, excelente, reitero, y cuyo propósito es restringido y diáfano. Estoy apuntando simplemente que, como escribía Walter Benjamin en la séptima Tesis de filosofía de la historia, «hay que pasarle a la historia el cepillo a contrapelo» teniendo bien presente que «jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie». A ver si alguien se atreviera a escribir una historia local de la gente poco importante. A ver si los historiadores historicistas dejaran de simpatizar siempre con el vencedor.

Francisco J. Martínez Carrión. Almagro. Hechos y personajes para una historia inédita. Ayuntamiento de Almagro. Almagro. 2022. Veinte euros.

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