El poema 1 de Alejandra, una licencia poética afirma
que la poesía es una pajarita de las nieves andando despreocupada por la yerba.
La imagen es buena, pero la intención pedagógica y la rotundidad que la preceden encierran un peligro: acaso determinados lectores tomen la afirmación
literalmente y, ahora que todavía quedan, lloren de emoción ante la primera
lavandera que se les atraviese.
No hablo por hablar: característica fundamental de los nuevos
—y malos— poetas y de sus abundantes —y malos— seguidores es creer que
cualquier cosa es poesía siempre que ellos la sientan como tal y nos la digan
desaliñadamente.
Horcajada, aunque joven, huye de la grey de los poetas nuevos;
más bien es un poeta genuino, dotado de evidente talento que él se encarga de pulir
mediante la lectura, cosa que se nota enseguida: bastaría con reparar en el
nombre de la hija, que es el del libro. Se trata, pues, de un poeta
vocacional entregado a la escritura como el jardinero al jardín o el
hortelano a la huerta: busca cuidadosamente, con aplicación y mimo, el mejor
poema posible, porque sabe que el poema es un fruto, un producto, sin el cual
la poesía no existe. El afán constante de lograr el buen poema también se nota
enseguida; entre otras cosas, porque el poeta, consciente de su ocupación,
se encarga de recordárnoslo en todo momento con los hechos y a menudo con los
dichos en este su último libro.
El poemario viene precedido de
un prólogo, inusual pero oportuno, de Felipe Zapico, y se compone de tres secciones.
La primera, dos poemas —o uno dividido en dos partes— en prosa encabezados por
números romanos. La segunda, treinta y cinco poemas breves numerados con cifras
árabes; el 30 y el 32, en prosa. La tercera, la única con título —«La rabia»—,
tiene seis poemas brevísimos sin numeración.
Dice el editor en la nota, bastante deslucida, de la cuarta
de cubierta que Alejandra «es un libro acerca de uno de esos amores que
se desmoronan». Creo que se equivoca, que puede inducir a error a los lectores
poco atentos: quizá —y enlazo con el principio—, si el libro contara la
biografía de Horcajada, la definición vendría bien; pero es un libro de poemas: la biografía de un poeta no es materia poética ni, mucho menos, poesía; si acaso,
un magma prepoético a partir del cual el poeta ha debido componer —con
inspiración y técnica— los poemas que conforman el libro.
Al poemario, desde luego, no le cuadra —o no le cuadra por
completo— la etiqueta del editor. De una parte, porque la sección inicial entera y los treinta y un primeros poemas de la segunda se refieren a un amor conyugal
y paterno feliz; de otra —lo principal—, porque los diez poemas
restantes son de una delicadeza tan exquisita y abordan el desmoronamiento
con tanta destreza poética, con tan eficaz lirismo, que incluso el último, admirable,
brillantísimo, terrible, elude con maestría el dramatismo de trazo grueso.
Es decir, Alejandra debe leerse y entenderse a partir
de sus propios códigos, ricos, hábilmente organizados, poderosos, los
cuales acaban articulando un lenguaje poético fascinante, maduro, personal, de
calidad innegable, con muy escasos desfallecimientos y ninguna concesión a las
modas ni a los gustos que dominan la triste poesía mayoritaria de hoy. Eso
significa, claro está, que el lector, mientras ejerce de lector, no precisa
conocer la vida de Horcajada y, de conocerla, la puede olvidar sin
remordimientos: el libro se explica por sí solo, y con elocuencia diáfana.
Y es un deleite leerlo: en él he encontrado numerosos versos y un
buen manojo de poemas excelentes, algunos memorables. O sea, confirma lo que muchos —todos salvo el establishment cultural, me atrevo a pensar— sabíamos: que Horcajada es probablemente el mejor poeta joven de por aquí
—y uno de los mejores si olvidamos lo de joven—. Que insista en algunos mínimos
vicios no rebaja en absoluto la afirmación aunque me hagan —a mí— incómoda la
lectura. Señalo tres vicios: las caídas en el lenguaje automático —«problemas
financieros», «aspectos importantes de la vida», y más—; la superabundancia de
adjetivos antepuestos, no siempre epítetos, característica de la poesía escolar
—un destacado poeta pueril hablaba hace semanas del níveo fíleo o del novio
folio o del níveo folio, ya no recuerdo—; y la presencia —aquí solo
una vez— del pretérito anterior, que Horcajada suele prodigar y cuyos
beneficios se me escapan.
De la edición —aparte lo apuntado más arriba, algún descuido
con las comas y que se le haya perdido el poema 15— poco que decir: es buena.
Jesús Miguel
Horcajada. Alejandra, una licencia poética. Baile del Sol. Tegueste.
2021. Diez euros.
Compraré tu libro. Me parece muy bien la alegoría de la lavandera, que muestra tu sensibilidad. Enhorabuena
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