viernes, 21 de enero de 2022

«Anillos sin dedos, relojes sin muñecas»

    Digámoslo pronto: este es uno de los mejores libros literarios publicados por alguien relacionado con Almagro en años, o sea, en siglos. Lleva tiempo conmigo en la mesita de noche; lo he ido leyendo a pequeños sorbos antes de dormir mientras esperaba que la intelligentsia local diera señales de que el libro existe. Nada. Podríamos pensar que el silencio obedece a la funesta coincidencia entre la publicación y el estallido de la pandemia; me atrevo a dudarlo: el libro salió a la luz varios meses antes, y la experiencia certifica que la comunidad lectora de por aquí, rutinaria y enclenque, no suele pararse en libros así.
      Y ¿qué tiene el libro que lo haga excelente y a la vez indigesto para los lectores de por aquí? Se me ocurren varias cosas: la autora, el tema, el género, el estilo…
   La autora es Karim Taylhardat; vive en Almagro desde hace décadas; cobija el talento y la producción intelectual bajo un manto de discreción absoluta: habrá almagreños que se crucen con ella sin sospechar que se cruzan con una escritora de verdad. Da lo mismo: aunque la discreción sea una virtud de prestigio menguante y ni quite ni ponga calidad literaria, siempre será mejor para la salud mental que el exhibicionismo impúdico.
    El libro trata de la guerra. De la guerra en general, si bien se escribió —lo dice la propia autora— con ocasión del centenario de la Gran Guerra y recordándola. Como otros buenos libros de este tipo, se detiene en los horrores que la guerra causa en la gente y en las cosas corrientes y pequeñas; no presta atención a las grandes ideas ni a los grandes hombres; mucho menos, a los héroes. Es a este respecto un libro desesperanzado y pesimista: el estado natural de la convivencia humana es la guerra; lo que llamamos paz no es sino otra forma de guerra o, como mucho, un breve descanso entre dos guerras; del Paleolítico a hoy. El título, en su voluntaria ambigüedad, lo certifica: ¿«la guerra tuvo razón» porque la llevaba o por una causa que la justificase? Por las dos cosas, obviamente.
   En cuanto al género, el libro también muestra ambigüedad voluntaria. A primera vista se compone de sesenta y tantos relatos breves —dos páginas el que más— sobre los desastres de la guerra. Pero lo relatado es tan poco, los personajes tan evanescentes y el lenguaje tan denso que bien podríamos hablar de poemas en prosa. Acentúan la condición poética del libro los títulos de cada uno de los «capítulos», los cuales, vistos en el índice y leídos como tal, forman por sí solos un poema, y no malo. Y contribuyen a ella los collages que van debajo de cada título. Son de Taylhardat y rebasan la función de meras ilustraciones.
     El estilo, así mismo, se compadece mejor con la poesía que con la narración: el lenguaje, aparentemente común, de léxico nada extraordinario, enseguida nos sacude con significados no unívocos, imágenes de gran potencia y metáforas sutiles engarzadas en una sintaxis de engañosa simplicidad cuyo fluir se ve interrumpido frecuentemente por las extrañas voces que se cuelan entre paréntesis. Las voces ironizan, refutan, interpelan, constatan, o subrayan el discurso principal y lo dotan, mediante procedimiento tan sencillo —en apariencia—, de una cualidad movediza y sugerente. No se sabe de quién son las voces entre paréntesis —un estupendo recurso cuya eficacia se reforzaría con una puntuación ortodoxa— ni a quién se dirigen, pero el lector a veces se reconoce en ellas, a veces se siente tentado a descartarlas y siempre debe tomarlas en consideración.
     Resumiendo: si fuera joven me atrevería a calificar al libro —por el asunto, por las ideas que rezuma y porque para los jóvenes de ahora es el adjetivo elogioso por antonomasia— de «brutal». No caeré en la tentación, sin embargo: la ternura, la simpatía hacia los damnificados —sean personas, animales, cosas—, el pudor con que huye de lo melodramático, y el protagonismo de lo insignificante me hacen pensar, pese a la brutalidad de la guerra, que el adjetivo resulta completamente inadecuado: el libro es la suma delicadeza.
    La guerra tuvo razón viene prologado por Luis Alberto de Cuenca, lo cual no es poco, y está editado —con algún gazapo que otro— por Huerga & Fierro. Ojalá y alguna editorial de por aquí se anime a tomar el relevo y consiga que a Taylhardat se le preste la atención que merece.

Karim Taylhardat. La guerra tuvo razón. Huerga & Fierro. Madrid. 2019. Dieciocho euros.

2 comentarios:

  1. Pedro, esta es la misma autora de aquella delicia que tituló "El gorrión de Proust". Y de la que tuve oportunidad de comprar el último ejemplar editado para mi contento. Ojalá. Es un prodigio de delicadeza.

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    1. Es un prodigio de delicadeza y una escritora de consideración. Hace años don Juan nos habló de 'El gorrión'. Un día de estos recuperaré lo que dijo.

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