jueves, 10 de febrero de 2022

Alejandra, buena hija y buen libro

    El poema 1 de Alejandra, una licencia poética afirma que la poesía es una pajarita de las nieves andando despreocupada por la yerba. La imagen es buena, pero la intención pedagógica y la rotundidad que la preceden encierran un peligro: acaso determinados lectores tomen la afirmación literalmente y, ahora que todavía quedan, lloren de emoción ante la primera lavandera que se les atraviese.
    No hablo por hablar: característica fundamental de los nuevos —y malos— poetas y de sus abundantes —y malos— seguidores es creer que cualquier cosa es poesía siempre que ellos la sientan como tal y nos la digan desaliñadamente.
    Horcajada, aunque joven, huye de la grey de los poetas nuevos; más bien es un poeta genuino, dotado de evidente talento que él se encarga de pulir mediante la lectura, cosa que se nota enseguida: bastaría con reparar en el nombre de la hija, que es el del libro. Se trata, pues, de un poeta vocacional entregado a la escritura como el jardinero al jardín o el hortelano a la huerta: busca cuidadosamente, con aplicación y mimo, el mejor poema posible, porque sabe que el poema es un fruto, un producto, sin el cual la poesía no existe. El afán constante de lograr el buen poema también se nota enseguida; entre otras cosas, porque el poeta, consciente de su ocupación, se encarga de recordárnoslo en todo momento con los hechos y a menudo con los dichos en este su último libro.
    El poemario viene precedido de un prólogo, inusual pero oportuno, de Felipe Zapico, y se compone de tres secciones. La primera, dos poemas —o uno dividido en dos partes— en prosa encabezados por números romanos. La segunda, treinta y cinco poemas breves numerados con cifras árabes; el 30 y el 32, en prosa. La tercera, la única con título —«La rabia»—, tiene seis poemas brevísimos sin numeración.
    Dice el editor en la nota, bastante deslucida, de la cuarta de cubierta que Alejandra «es un libro acerca de uno de esos amores que se desmoronan». Creo que se equivoca, que puede inducir a error a los lectores poco atentos: quizá —y enlazo con el principio—, si el libro contara la biografía de Horcajada, la definición vendría bien; pero es un libro de poemas: la biografía de un poeta no es materia poética ni, mucho menos, poesía; si acaso, un magma prepoético a partir del cual el poeta ha debido componer —con inspiración y técnica— los poemas que conforman el libro.
    Al poemario, desde luego, no le cuadra —o no le cuadra por completo— la etiqueta del editor. De una parte, porque la sección inicial entera y los treinta y un primeros poemas de la segunda se refieren a un amor conyugal y paterno feliz; de otra —lo principal—, porque los diez poemas restantes son de una delicadeza tan exquisita y abordan el desmoronamiento con tanta destreza poética, con tan eficaz lirismo, que incluso el último, admirable, brillantísimo, terrible, elude con maestría el dramatismo de trazo grueso.
    Es decir, Alejandra debe leerse y entenderse a partir de sus propios códigos, ricos, hábilmente organizados, poderosos, los cuales acaban articulando un lenguaje poético fascinante, maduro, personal, de calidad innegable, con muy escasos desfallecimientos y ninguna concesión a las modas ni a los gustos que dominan la triste poesía mayoritaria de hoy. Eso significa, claro está, que el lector, mientras ejerce de lector, no precisa conocer la vida de Horcajada y, de conocerla, la puede olvidar sin remordimientos: el libro se explica por sí solo, y con elocuencia diáfana.
    Y es un deleite leerlo: en él he encontrado numerosos versos y un buen manojo de poemas excelentes, algunos memorables. O sea, confirma lo que muchos —todos salvo el establishment cultural, me atrevo a pensar— sabíamos: que Horcajada es probablemente el mejor poeta joven de por aquí —y uno de los mejores si olvidamos lo de joven—. Que insista en algunos mínimos vicios no rebaja en absoluto la afirmación aunque me hagan —a mí— incómoda la lectura. Señalo tres vicios: las caídas en el lenguaje automático —«problemas financieros», «aspectos importantes de la vida», y más—; la superabundancia de adjetivos antepuestos, no siempre epítetos, característica de la poesía escolar —un destacado poeta pueril hablaba hace semanas del níveo fíleo o del novio folio o del níveo folio, ya no recuerdo—; y la presencia —aquí solo una vez— del pretérito anterior, que Horcajada suele prodigar y cuyos beneficios se me escapan.
    De la edición —aparte lo apuntado más arriba, algún descuido con las comas y que se le haya perdido el poema 15— poco que decir: es buena.

Jesús Miguel Horcajada. Alejandra, una licencia poética. Baile del Sol. Tegueste. 2021. Diez euros.

1 comentario:

  1. Compraré tu libro. Me parece muy bien la alegoría de la lavandera, que muestra tu sensibilidad. Enhorabuena

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