No me gustan
los toros; las pocas veces que me he asomado a la Fiesta su natural crudeza, valga el eufemismo, me ha impedido percibir cuanto en ella hubiera de emoción artística, hasta de simple
entretenimiento. Además, estoy convencido de que las corridas son un
espectáculo anacrónico que desaparecerá pronto; y no por la animadversión de
nadie ni por las —a menudo oportunistas— campañas que promueven su abolición ni
por las decisiones políticas que las han prohibido efectivamente en algunos
sitios; no: morirán por inanición, porque no se compadecen con los signos de
los tiempos ni cuentan con posibilidad de reforma para adaptarse a ellos.
Ahora bien, pese
a no gustarme los toros y tener la certeza de que desaparecerán más pronto que tarde, no albergo contra ellos ningún reproche moral; tampoco me
apunto a la moda de la cancelación, hoy tan extendida. Lo primero,
porque obligaría a desechar todo uso de los animales en provecho de los seres humanos —sea como mascotas, alimento, fuente de
materias primas u objeto de estudio y experimentación científica—; lo segundo,
porque los toros han
desempeñado un papel importantísimo en la cultura —en la vida entera— española de los últimos
siglos que solo cabe eludir desde la ignorancia o la mala fe.
Críspulo
Coronel Zapata es plenamente consciente de ello, y dedica el libro que he leído
estos días a identificar y reivindicar tal papel en lo que concierne a Almagro.
Quiere eso decir dos cosas. Una: que se trata, por supuesto, de un libro de historia
y, en cierto modo —un modo parcial pero decisivo—, de una autobiografía; que
tiene tras de sí muchos años de trabajo, de investigación paciente y devota, de
conversaciones y entrevistas con cualquiera que pudiera aportar detalles de
interés; de transcripción, clasificación y ordenación de los
materiales; de escritura y rescritura; de selección fotográfica; de evocación y
redacción de experiencias personales, etcétera y etcétera. En este sentido, es
LA historia de los toros en Almagro, sin duda ninguna: ahora ya poco debe de
quedar por saber. Y dos: que es un libro reivindicativo, pugnaz incluso, como
corresponde a quien ama y abraza apasionadamente una causa y siente que no
todos comparten el mismo amor ni la abrazan con igual pasión. De ahí que la obra llegue a desprender en
ocasiones un aroma, quizás involuntario pero evidente, de melancolía: el que
surge de constatar —autor y lector— que los buenos tiempos de la Fiesta
han pasado y es muy improbable que vuelvan. Precisamente
por esto último, es asimismo un libro oportuno, un libro que viene en el momento
oportuno: o sea, justo antes de que se olvide o de que a nadie le interese el
papel importantísimo, repito, que han desempeñado los toros en casi toda
España y, claro está, en Almagro.
Puestos a dar
breve noticia del libro, encuentro en él varios asuntos que serán notables y
habrán requerido su tiempo, pero que a mí me interesan poco: la relación de los
festejos, por ejemplo. En cambio, otros me han cautivado: lo que más, lo
relativo a los aficionados y la afición —el subtítulo de la obra es
«Aficionados con solera»—, que es estupendo y muy pertinente.
El lector confirma, en efecto, cómo durante
muchos años —tal vez ya no, o ya no en la misma medida— el aficionado a los
toros, el Aficionado por antonomasia, era un individuo cuya afición constituía
una segunda naturaleza, un elemento primordial de su personalidad: hasta tal
punto que lo definía y singularizaba y, en consecuencia, condicionaba la
percepción de sí mismo y su lugar en la sociedad. Pero la palabra afición,
aparte de designar la atracción de determinados individuos por los toros —los cuales curiosamente antes de la televisión eran inaccesibles para la mayoría la mayor
parte del año— designa también al colectivo de los aficionados. Y la Afición
así entendida era un grupo de sujetos de toda clase y procedencia social que en
este ámbito se reconocían como iguales, poseían rasgos comunes bien marcados —una manera de hablar característica, por ejemplo— y una fraternidad
indudable. La Afición, pues, colectivo sin reglas ni jerarquías explícitas, pero
perfectamente identificable, funcionaba como marco de socialización y, en
muchos momentos, como grupo de presión que era conveniente tener en cuenta. El
retrato que Críspulo Coronel Zapata, él mismo aficionado con solera, hace de la
afición y los aficionados es magnífico, y para la historia
de Almagro acaso muy aprovechable.
En resumen, un
libro estupendo. Lástima que la edición no esté a la altura: hubiera merecido
otra más profesional. Pero, lo sé de primera mano, eso ni es sencillo ni barato.
Críspulo Coronel
Zapata. Coso de la Cuerda. Aficionados con solera (1845-2021). Edición del
autor. Sin lugar ni fecha. Veintisiete euros.