Macondo, desde el pasado día 10 —festividad de la Virgen de
Loreto y de santa Eulalia de Mérida, volátiles, huidizas—, es una librería en
Almagro. El nombre, nada original, resulta significativo: trasparenta, según creo,
la intención de llegar a convertirse en una buena librería literaria.
Aunque la historia del libro y la lectura en Almagro está sin
hacer, parece muy improbable que en los últimos ochocientos años alguien haya concebido
la descabellada idea de comer tres veces cada día vendiéndoles libros no
utilitarios a los almagreños; desde luego, nunca nadie —salvo Francisco
Romero: su hazaña, inverosímil, asombrosa, es de alabar por extraordinaria— la
ha llevado a la práctica. ¿Asistimos, pues, a un acontecimiento histórico?
Los acontecimientos históricos, para periodistas y políticos; a mí me importa indagar
qué significa Macondo e insistir en que se trata de una novedad absoluta y un gesto
de notable audacia.
Obviamente, una librería es una tienda. En las tiendas se
ofrece lo que el tendero, de acuerdo con la propia experiencia, espera vender.
Si la tienda dura y prospera es que sacia adecuadamente las demandas del
público —devenido en clientela, en parroquia—, se anticipa a ellas e, incluso, las
inventa. También obviamente, la librería no es tienda como las demás: primero,
porque vende cosas superfluas, de prestigio menguante, en cierto modo excéntricas,
y cuyo disfrute requiere adicción; luego, porque en la superfluidad y en la
adicción existen grados. Quiero decir que a casi todo el mundo le place que le
cuenten historias y que entender determinadas historias apenas precisa entrenamiento;
o sea, en cualquier sitio hay mercado para los superventas, pero menos para La
muerte de Virgilio o Larva.
El librero veterano conoce a los clientes —quizá criaturas suyas: el gusto se educa— y, en consecuencia, tiene en la librería lo que
les apetece o les apetecerá; el que expone libros de pasto en una papelería o
en una tienda de artículos de playa, otro tanto. Pero ¿y el librero novato?, ¿el
que todavía no ha encontrado a la parroquia?, ¿el que sueña vender géneros que
nadie ha vendido antes?
Ese, a nuestros efectos, es el más sugestivo. Cabe intuir
que cuando echa a rodar la librería el librero incipiente se mueve entre el
suelo firme de lo que se vende en todas partes y el cielo anhelado de su aspiración
ideal, y que tal aspiración viene condicionada por la imagen que se ha forjado
de sí mismo y, especialmente, la que se ha forjado del lugar en donde monta el
negocio.
Empecemos por el final: ¿cómo es la imagen que los libreros
de Macondo se han forjado de Almagro y los almagreños? Positiva, optimista,
halagüeña: dan por hecho que en Almagro habita un número suficiente de personas
cultas que saborean las buenas novelas, no le hacen ascos a la alta
divulgación, se atreven con la historiografía rigurosa y con el ensayo
solvente… y que están dispuestas a comprarlos en papel y en su librería. De
todo eso —bien escogido y presentado en un establecimiento delicioso— hay en Macondo,
sin olvidar los superventas dignos. Lo único que aún le falta es poesía: los
plúteos de poesía y alrededores, de acceso incómodo para los viejos, no le dejan
ni un triste huequecillo al pobre Brines, el último Cervantes, conque al resto…;
rebosan, en cambio, de Marwanes, Sastres, Defreds, Aitanas, Galeanos, Coelhos,
algún Benedetti y ¡una Dickinson! Se enmendarán.
¿Y cuál es la imagen que se han forjado de sí mismos? La
desconozco, claro. Se aprecia a simple vista, eso sí, que aman los libros, son
valientes —¡con la que está cayendo!— y que, jovencísimos, confían en las
propias fuerzas y en el pueblo.
A partir de aquí empieza un proceso en el que la inclemente
realidad y el diálogo entre libreros y público irán ajustando piezas,
modulando afanes, contrastando expectativas y desbrozando caminos. Si sale derecho
—saldrá: ¿no dicen que la fortuna ayuda a los audaces?, ¿no van a estar los
almagreños a la altura?— veremos nacer y crecer una fecunda simbiosis entre Macondo
y Almagro que acaso emule a otras ejemplares y envidiables. Ahora bien, si cae Macondo
—digo, es un decir—, que no me vengan ya con las ampulosas y habituales
flatulencias sobre la cultura almagreña —o sea, sobre la cultura de los
almagreños—, que me reiré a carcajada limpia. Escrito queda.
Entre tanto, amigos lectores, les deseo cordialmente unas
felices pascuas y un año nuevo apacible. Ojalá y Macondo anuncie tiempos bienaventurados.
Librería Macondo. Feria, 2. 13270 Almagro.
Teléfono: 623 12 49 14
Correo: libreriamacondoalmagro@gmail.com
Con unos cuantos lectores comprometidos y compradores -no se olvide este detalle-, si además no pagan alquiler, si las distribuidoras les otorgan un poquito de árnica -que se decía- si son sagaces y saben atrapar clientes de todos los grados y latitudes, si... tal vez tampoco. Pasaré a verles en cuanto me lo permitan. Creo que agradecerán tus ánuimos.
ResponderEliminarConfío en que les vaya bien: por ellos, que han demostrado arrojo y amor por los libros, y por Almagro, que en esto de las librerías anda en la pura indigencia.
EliminarMuy interesante. La información seguro que le interesará mucho a Alonso G.C. por un proyecto recopilatorio que se trae entre manos.
ResponderEliminarEn él estamos.
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