miércoles, 22 de marzo de 2023

Los «cantos materiales» de Teo Serna

En bastantes lenguas, antiguamente, los términos para designar la plata y el mercurio —aquí llamado azogue hasta antes de ayer— se hallaban léxicamente muy próximos. Tan próximos que a ambos se les daba el mismo nombre —el de la plata—; solo le añadían un adjetivo cuando era necesario precisar que se hablaba del mercurio: quicksilver, vif-argent, argent vivo… Había entonces, claro está, menores sutilezas científicas, y una creencia generalizada que, paradójicamente, la ciencia ha terminado, poco más o menos, por confirmar: la materia es una y esencialmente idéntica aunque se nos presente en formas muy distintas.
La unidad esencial de la materia y sus innumerables variaciones produce asombro y da que pensar. A algunos poetas, además, les abre posibilidades: por ejemplo a Teo Serna. No conozco poeta más materialista, es decir, más interesado en la naturaleza material de las cosas y en su observación y manipulación por procedimientos diversos que Teo Serna. Este libro es una muestra clarísima, igual que no hace tanto el Tratado de piedras.
Se ve desde el propio título y enseguida se ratifica en la primera parte del libro —«Arquímedes tenía razón»— que este se articulará sobre la dialéctica plata/azogue, la confluencia de ambos elementos en los espejos —esos artefactos cuyo valor simbólico, feracidad especulativa y potencial de seducción literaria acaso solo sean comparables a los de los relojes—, y su encaje en la condición de materia que, por decirlo un poco a la ligera, se pesa, se mide, y obedece a leyes que el ser humano es capaz de averiguar. Naturalmente, alguien podría argüir que el poeta se fija en la materialidad de las cosas por su valor simbólico, o sea, que la usa para significar otras cosas. Llevaría razón, por supuesto; sin embargo, ello no empañaría una querencia que distingue nítidamente a Serna de los demás poetas. ¿De dónde vendrá tal querencia? Me atrevo a suponer que de su condición de artesano: de artista que, ya se desempeñe como pintor, escultor, músico o poeta, manipula —pesa, mide, mezcla, amasa— la materia con sus propias manos cotidianamente, y la conoce bien y conoce bien el léxico especializado y técnico con que hablar de ella.
Del trato delicado y riguroso y de su familiaridad con la materia nace otro de los rasgos de la poesía de Serna que en el nuevo libro corrobora el lector y aprecia cabalmente. Alguien dijo de alguien —no recuerdo ahora ni al uno ni al otro ni me voy a levantar a indagarlo— que había leído toda su poesía, aunque afortunadamente no todos sus poemas. Quería decir que esa poesía era idéntica, reconocible, suya, pero que se la servía al lector de manera nueva en el molde diferente de cada poema particular. Es algo que ocurre con todos los poetas grandes —y aun con muchos de los medianos y más chicos—; no obstante el caso de Serna se me antoja ejemplar por extraordinario: su creatividad es tan exuberante, sus intereses tan variados, sus conocimientos tan amplios, su oficio tan aplicado y severo, sus inquietudes y curiosidades tantas, que cada poema es, a un tiempo, esperable —por ser fruto de una voz magistral que todo lector tiene bien conocida— y sorprendente —en tanto que pieza única en donde la maestría parece (solo parece: enseguida habrá más) haber marcado un hito insuperable—. Leer El azogue y la plata es, pues, un gozo: nos ofrece al mejor Serna de siempre bajo la forma de un buen ramillete de poemas excepcionales. ¿Difíciles en algunos casos? Sí. ¿Cultos y aun culturalistas a veces? También. ¿Herméticos? Nunca. Y, por añadidura, muy fecundos y no solo desde el punto de vista estrictamente poético o literario: también desde el moral en el mejor y más amplio sentido de la palabra.
Por otra parte, está muy bien editado: si yo tuviera que buscarle alguna pega —y sería más prejuicio mío que vicio objetivamente reprochable— solo hallaría cierta sobreabundancia de comas que, de cuando en cuando, hacen la lectura espasmódica sin encauzarla. La calidad de la edición, no hay que mentarlo, se debe a Mahalta: en su corta andadura, Mahalta llevará docena y media de libros publicados impecablemente. En una tierra donde tal pulcritud no es norma resulta obligado pregonarlo y desearle larga vida.
Leyendo El azogue y la plata celebré ayer el Día Internacional de la Poesía: no salí de casa ni oí al pobre Tamames. Ahora, escribiendo esto y regresando al libro de vez en cuando, he vuelto a celebrarlo. Si le apetece, hágalo usted, amigo lector.

Teo Serna. El azogue y la plata. Mahalta Ediciones. Ciudad Real. 2023. Catorce euros.

3 comentarios:

  1. Matérico con tentación de alquimia, no es mala definición para el Teo Serna, enfrascado en los mensajes cambiantes de las cosas, en el idioma de lo que no habla y se le escucha. Cosas en donde retumba la memoria y sus sospechas, las transformaciones. Mirar la imagen engañosa que nos devuelve la primera visión, buscar lo que esconde, escarbar con la azada del poema. Me gusta que subrayes esa fina hebra de conducción moral que a veces hace presencia. De tardío aprendizaje.
    Lo de Mahalta, se procura.

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  2. El interés con este artículo está despertado en Mi, solo me falta organizarme y poder ir.

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  3. No sólo celebro este texto. Celebro la poesía de mi paisano. Gracias a ambos por dar que celebrar

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