Que Francisco Caro se halla en estado de gracia es una
realidad incuestionable: en los últimos años ha publicado un buen puñado de
libros —y obtenido un buen puñado de premios— de los que, si no se puede decir
que cada uno sea mejor que el anterior, sí cabe afirmar que alcanzan, todos, un
nivel muy cercano a la excelencia. Puesto que el fenómeno es raro, y más entre
autores «de por aquí», debemos congratularnos y agradecérselo.
Podemos preguntarnos también, desde la tribuna de meros
espectadores, de aficionados rasos, cómo es que algunos poetas vuelan tan alto
mientras que otros, omnipresentes en las redes, atentos a cualquier oportunidad
de promoción, no logran sino arrastrarse por el suelo. Dejando aparte el
talento —la gracia que el cielo da o niega caprichoso—, la diferencia radicará
seguramente en el lenguaje: todo buen poeta se construye un lenguaje propio —un
escalón por encima del estilo propio—, inconfundible, que es, así mismo, una
manera original de enfrentarse al mundo —de estar en el mundo— y de expresarlo.
Eso se consigue aplicándose a la técnica, afinándola con lecturas en el
diálogo incesante con otros poetas, delimitando humildemente el territorio —salvo
los monstruos de la naturaleza nadie lo abarca todo— y ocupando en él
una posición sustentada en cierta manera, peculiar, rigurosa y responsable, de
mirar y obrar, es decir, en una actitud ética. Una vez conseguido el lenguaje,
el poeta lo cultivará sin desmayo y sin rutina; de lo contrario caerá en la
banalidad o, lo que es peor, se convertirá en epígono de sí mismo.
El último libro de Caro —este: En donde resistimos— es
un compendio exquisito de lo dicho: reconocemos a primera vista el lenguaje —el
ideolecto— privativo, cuyos constituyentes y trabazón nos sabemos de sobra y,
pese a ello, nunca deja de maravillarnos; encontramos huellas innumerables de
lecturas: ecos sabiamente injeridos, poetas entrañablemente recordados, poetas
conversados, prosistas muy cercanos a la poesía, y algunos de los santos
patrones; aparecen varios de sus tópicos —entiéndase en sentido
etimológico— favoritos; el agua en diversas formas —a veces símbolo, a veces material
y palpable felicidad—; otras artes; los fogonazos característicos de sus
definiciones certeras que para sí quisieran bastantes conspicuos aforistas.
Pero estoy convencido de que los materiales y recursos enumerados sirven En
donde resistimos, sobre todo y más que en otros libros, para transparentar y
hacer que resplandezca —sin necesidad de mencionarla, que no es Caro poeta de
abstracciones—, discreta y contundente, la actitud ética: respecto al amor,
respecto a la poesía, respecto al mundo.
Sería aceptable y legítimo, creo, poner el título del poemario
—desde luego, aunque con riesgos, más nítido que el provisional con que se
presentó al premio València— en aposición con el del poemario anterior: Aquí en donde resistimos. Nos quedaría entonces, por si fuera preciso, evidente
la actitud del poeta, su sitio en el mundo. El deíctico marca el locus poetæ, que no es solo un
lugar en el espacio, sino preferiblemente el bagaje, las armas y las compañías
que fortifican al poeta y le permiten resistir… acompañado; la primera persona
del plural no es, ni mucho menos, gratuita: el poeta resiste con —y gracias a— otros:
el necesario refugio del amor de la amada, en primer lugar, que lo fortalece y
reconforta, que no se confunde con él, pero forma con él un nosotros delicado e
invencible; la amistad; la gente con quien se compadece; la poesía —lumbre y
luz siempre en riesgo de apagarse, siempre encendida—; la naturaleza, los libros…
Signo de los tiempos, la actitud de resistencia tiene en el libro dos
caras: una que podríamos llamar general, metafísica, que es la de saberse por
naturaleza frágil y perecedero —deleble, dice Ella terminante—, y aun así sentirse afiliado con
dignidad insumisa a la permanencia solidaria y, en lo posible, feliz; la otra,
inusitada, terrible y, confiemos, transitoria, es la pandemia, que no se nombra
nunca y cuya presencia resulta, por eso precisamente, todavía más aciaga. Sitiado
desde la cuna, sitiado ahora fuertemente y sin piedad por el virus, el poeta se
afirma en su posición y nos trasmite —y nos alienta— de diversas y bellísimas
formas la resolución de resistir, pero en plural: con el amor, con la poesía,
con nosotros.
Por otra parte, entre los sesenta y seis de En donde
resistimos hay un buen ramillete de poemas memorables —literalmente: de los
que conviene aprender de memoria y recitarse en silencio cuando convenga—,
perfectos, que el lector descubrirá enseguida.
Un libro, pues, espléndido, sin tacha, que vale bastante más
de lo que cuesta.
Francisco Caro. En
donde resistimos. Hiperión. Madrid. 2021. Diez euros.
Con la gratitud por la lectura, una sola pregunta ¿no te parece que estoy dando demasiado trabajo este 2021?
ResponderEliminarNi mucho menos: no es trabajo, es placer.
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