Desde que El Mundo es mundo sus opiniones, y aun las informaciones, me han importado poco: nunca lo he comprado, nunca lo he leído y, si alguna vez me he atrevido a hojearlo —con la natural prevención—, ha sido porque no había otro periódico en varios kilómetros a la redonda; por supuesto, no oigo la Cope ni veo en la tele las tertulias políticas. De modo que hasta el 23 de marzo de 2021, en que Félix de Azúa alababa —se quitaba el sombrero: ¡Chapeau!— en El País su último libro, he vivido tan ricamente sin saber que existía Jorge Bustos.
Alabado por el Azúa de hoy, prologado por el Trapiello de
hoy, un libro del jefe de opinión de El Mundo —autor, encima, de otro
que se llama Vidas cipotudas— no lo hubiera leído jamás. Sin embargo, el
respeto que conservo al Azúa de antes y al Trapiello de antes y la admiración
cateta del rústico por los aristócratas, que saben quiénes fueron y qué
hicieron sus antepasados del siglo XVII —luego resultaría que no, que Jorge Bustos apenas se acordaba de los Bustos infanteños del XVII; de lo que sí se acordaba era del
blasón: un escudo partido, dice; mitad de gules, mitad de soberbies, digo—, me
llevaron a comprarlo.
Lo he leído estos días de mediados de agosto en el pueblo
—más de mil metros de altitud—, a la sombra de la parra, fresquito, a veces
maridándolo con buenos vasos de vino y aceitunas de las que todavía aliña mi
madre. Sin deseárselo a nadie, he pensado en el calor: ¿cómo es que el soletón
de la Mancha condiciona la salud mental y moral de los manchegos y el de Segovia
o el de Francia —descritos más o menos con las mismas palabras— no obra iguales efectos en los segovianos o franceses? ¡A ver si
no va a ser el sol el que produjo a don Quijote!
La debilidad del libro radica ahí; podríamos
haberlo sospechado leyendo el prólogo: bajo la hacina de elogios desliza Trapiello
un par de reticencias que se refieren precisamente a la asechanza de
los tópicos y a la superabundancia de opiniones. Respecto a los tópicos, baste
un ejemplo: en la página 4 Bustos se encomienda a Pla para abominar de ellos,
pero inmediatamente ensarta una ristra de lugares comunes que desborda el resto de la página y la siguiente. En cuanto a las opiniones, se nota que Bustos es
opinador profesional y jefe de opinadores. A lo largo del libro practica el
oficio con una aplicación, una constancia y una rotundidad infatigables; y no
importa que las opiniones sean originales y luminosas —muchas son
brillantísimas: greguerías dignas del mejor Ramón, aforismos que achican a los aforistas más acreditados— o de acarreo —bastantes coinciden
con las que suelen mantener impávidos los taxistas de Madrid—; lo que importa
es que apabullan y derrotan al lector, y lo estragan y lo aburren.
De todas formas, el libro mejora en la segunda parte: a la
altura de Burdeos ya le hemos perdonado al autor las inexactitudes —no pocas:
sobre Puerto Lápice (página 14), sobre la Comuna y los girondinos (página 83), sobre
el «papá de Carlos V» (página 158)—, las malas palabras: «Todo el planeta viene
al Louvre a una sola cosa: a hacerse un selfie con la puta Gioconda»
(página 157)—, la falsa modestia —páginas 109 y 110—, los automatismos
periodísticos —hay «tapetes verdes», alguien «tratando con todas sus fuerzas de
reinventarse»—, la pulsión centralista —más obvia cuanto más involuntariamente expuesta: en
la página 14 se anticipa a Ayuso en aquello de que Madrid es España dentro de
España; ¿de dónde, si no, serán el ayuntamiento o las monjas? De España,
naturalmente—, porque empieza a regalarnos pasajes suculentos, limpios, agudos,
precisos, donde la lengua corre con una maestría y una amenidad deliciosas. Lástima
del epílogo; lo firma en 2020; al lector le da la impresión de que regresa a 2015.
Y es que la primera parte —la «ruta de don Quijote»— la
escribió en 2015, acaso rutinariamente por la efemérides y por ser de encargo, y no va a quedar para
la historia; el sobeteo de la pandemia y sus alrededores del epílogo, tampoco. En
cambio, el viaje a Francia en 2019 de la segunda parte lo emprendería por
iniciativa propia y lo escribiría con la mejor disposición y más inspirado. Yo
compré el libro por lo primero, me alegro de haber encontrado lo segundo: de no
ser así hubiera pedido que me devolvieran los dieciocho euros.
Jorge Bustos.
Asombro y desencanto. Libros del Asteroide. Barcelona. 2021. Dieciocho
euros.
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